sábado, 26 de julio de 2014

Ausencias

Las cosas importantes de la vida no suelen dejarse explicar en palabras.

Hace poco empecé a jugar con esta palabra: "ausencia". Empecé a vivirla, sentirla, experimentarla físicamente en mi piel y por debajo de ella.

Suena bien, es simple, corta, tiene cuatro vocales, tiene su contundencia.

Todos la hemos experimentado en algún momento de nuestras vidas. Combina bien con "soledad".

También es cierto que nuestra percepción de la misma varía a más años ponemos.

Hemos guardado ausencia a amigos, novios, amantes, profesores... con más o menos esperanzas, con más o menos desesperación.

El día que mi madre murió empezó a cambiar el significado de esta palabara para mí.

En estos años me he tenido que ir despidiendo, a la fuerza ahorcan, de algunas personas, muy queridas para mí.

Nadie, ni siquiera mi madre, me preparó para esto. Creí, inocentemente, que lo estaba.

Pues no. Ha transcurrido casi un mes y los sentimientos, las emociones, no sólo no desaparecen, sino que se intensifican.

Mi prima Patricia me avisó: esto no es lo que parece, se hará más duro con el transcurrir del tiempo.

Tenía razón.

Me levanto, desayuno, acudo a mi trabajo y le pongo mi pasión habitual. Me relaciono, pago mis impuestos, me ducho, leo, hago deporte, paseo por las calles de mi barrio.

Pero, más allá de mí misma, algo se ha resquebrajado. Piel adentro, en ocasiones, siento la ausencia de mi madre latiendo en mis sienes, doliendo en el hueco en el habita mi corazón, rompiendo algo que no sé muy bien qué es.

Empiezo a comprender que la ausencia de alguien tan querido, tan importante, va más allá de lo que sabremos explicar.

Mi madre me había hablado de la ausencia de la suya, siendo ella todavía muy joven, de las cosas que le quedaron por contarle.

He sido afortunada, la tuve  a mi lado casi 50 años y le conté cientos de miles de cosas, no todas, algunas las callé porque no se puede vivir explicándolo todo, nunca. Sin embargo, tras su marcha me quedé como al que le dan plantón. Me dije, el día que fui al cementerio a recoger sus cenizas, "todavía no se lo había contado todo".

Hace un par de noches cenaba en Madrid, con mi pareja, y le comentaba una receta de pollo al cava, riquísima, que solamente mi madre preparaba como nadie. Me sorprendí pensando que tenía que llamarla para que me refrescase la receta.

Cuando ocurre eso sientes desconcierto. Te sientes incapaz de entender por qué no está. Por qué no puedes llamarla para algo tan trivial como la dichosa receta de pollo al cava.

La ausencia de alguien que te deja porque has dejado de interesarle, del hijo que se marcha al extranjero, porque es ley de vida en este país, la ausencia de las personas que siguen su camino cuando tú decides seguir el tuyo... son, sí, ausencias, pero no tienen nada que ver con la Ausencia.

La Ausencia es esa que te invade cuando te das cuenta de que alguien se ha ido para siempre.

Yo vivo, este mes de julio, totalmente inmersa en el significado de esta palabra.

24 días, 8 horas, y algunos minutos que no sabría contar, de Ausencia.





2 comentarios:

Carmen dijo...

El duelo es un proceso largo y complicado, de idas y venidas,días en que la ausencia, la Ausencia, como tú la llamas, duele más o menos,dependiendo de no se sabe qué, pero siempre está ahí y se agudiza cuando eres consciente de lo que significa "para siempre". Sin embargo, puedo decirte, por propia experiencia, que ese dolor, ese agujero negro, se va haciendo más liviano hasta que la Ausencia se acepta y forma parte de tu vida. Sólo se trata de tiempo, como todo en esta vida. Un abrazo. Carmen

sarah dijo...

Todo en la vida acaba siendo una cuestión de tiempo, tiempo para aceptar, para acostumbrarse, tiempo para meditar, vivir y morir.

Ya sabes, somos tiempo.

Gracias por tus palabras, escritora nada dormida. Hace meses que intento despertar a mi propia escritora. Hace tanto, tanto que no escribo, que no sé si sabré hacerlo de nuevo... pero, como decía La amiga Chantal Maillard: "escribo -escribimos- para que el agua envenenada pueda beberse". Un abrazo para ti, mientras buscamos el tiempo para compartir ese café que hace mucho no compartimos...


Lovecats, de Benita Winkler